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El funcionamiento de un termo es algo que siempre fascina. Hablamos de un recipiente que, sin ayuda de ninguna fuente de energía externa, es capaz de mantener la temperatura de un líquido en su interior durante un periodo de tiempo tremendamente largo.
¿Cómo se consigue esto sin ninguna fuente de energía externa?
El “truco” de este funcionamiento es, en el fondo, sencillo en cuanto a definición y algo más complicado cuando vayamos a construirlo, pero su magia es tal que nos dará igual si queremos mantener un líquido frío o caliente.
Mantendrás las características térmicas de ambos líquidos de igual modo sin que tú tengas que cambiar nada.
Cuando la nada lo es todo
El principio básico del funcionamiento de un termo es el vacío.
El vacío es aquello que definimos coloquialmente como la nada. Y aquí hablamos de la nada más absoluta: la inexistencia de moléculas de ningún tipo.
La clave se basa en el flujo del calor. Imagina el calor como un río que discurre de una temperatura a otra, siempre buscando equilibrarse en la temperatura ambiente que lo rodea.
Perderá calor o lo ganará usando las moléculas que encuentra en el aire o materiales adyacentes.
Si en un río construimos una presa para aislar dos tramos del mismo, con el flujo del calor haremos lo mismo.
Construiremos un vacío que lo interrumpa.
La tecnología de un termo
Un termo, pues, consta de unas paredes dobles con una cámara de vacío que impide que las moléculas transmitan el flujo de calor. Este principio es el que James Dewar en 1892 presentó a la comunidad médica para el transporte de vacunas.
Desde entonces, la tecnología ha ido perfeccionándose incluyendo material reflectante en las paredes interiores y exteriores para incluso reflejar ondas de tipo lumínico (que también transmiten cambios de temperatura) mejorando aún más el funcionamiento de un termo.
